domingo, 28 de octubre de 2012

No darse por vencido

La educación, hasta ahora se ha basado en la idea que es posible enseñar a las personas conocimientos y normas de conducta, pero nunca a ser más inteligentes, porque "lo que natura non da salamanca non presta".
Sin embargo, hoy la ciencia ha demostrado que no nacemos con una “cantidad”de inteligencia sino con la capacidad de adquirirla. La inteligencia hay que aprenderla a través de la enseñanza a lo largo de toda la vida. A ser inteligente, pues, se aprende.

La ciencia también ha comprobado que la capacidad intelectual no es fija: aumenta o disminuye, es decir, si no se la estimula y utiliza, disminuye.


Cuando nuestra madre reprocha que estar encerrada en casa moviéndose únicamente desde el fuego de la cocina hasta el fregadero del patio, atrofia su inteligencia, es verdad. Su mente necesita desafíos, leer, aprender de memoria un poema, resolver problemas matemáticos, acertijos, etc..Nuestro cerebro es el único ¡ se gasta cuando no se utiliza !

El cerebro de un bebé recién nacido puede compararse con una esponja seca y comprimida, cuando se humedece comienza a crecer y se vuelve elástica... a medida que absorbe líquido, miles de cámaras flexibles surgen literalmente a la vida. El cerebro humano consiste también en un conjunto de células unidas en un sistema que funciona cada vez mejor cuando se le proveen los nutrientes esenciales. Si se lo priva de estos nutrientes, el cerebro, como la esponja seca, nunca desarrolla plenamente la capacidad de desempeñar sus funciones.

Psicólogos y educadores han documentado que a medida que el cerebro aprende, sus capacidades intelectuales se expanden.

Y aquí va nuestro cuento que explica más claramente lo que significa la inteligencia en acción usando estrategias que pueden salvarnos la vida...o la ciudad...

Cuenta la historia que una ciudad japonesa medieval había sido sitiada por sus enemigos, que la rodeaban a punto de invadirla y matar a todos sus habitantes. Lo único que mantenía a distancia a los invasores, eran las flechas que los arqueros de la ciudadela disparaban sin cesar a sus enemigos, esperando que llegaran los ejércitos aliados para liberarlos de tal asedio...

Hasta que se terminaron las flechas, y todos los árboles de la ciudad con que fabricarlas. Desesperados los habitantes buscaron la forma de seguir resisitiendo.

En medio de la desesperación alguien tuvo una idea. Rápidamente todo el pueblo se puso manos a la obra. La estrategia era excelente. Al anochecer, entre las sombras del crepúsculo, deslizaron con cuerdas, por las murallas exteriores de la ciudadela, muñecos de paja vestidos con uniformes de batalla. Los soldados enemigos creyendo que se trataba de un intento de ataque extremo por parte de los sitiados, lanzaron sus flechas sin descanso para exterminarlos.

Los que estaban sobre las murallas no tuvieron más que levantar sus marionetas y rescatar los cientos de flechas que traían clavadas. Luego de repetir la estratagema varias veces, los enemigos comprendieron que era una trampa y ya no lanzaron más flechas a los muñecos.

Así, una noche, verdaderos soldados se deslizaron murallas afuera y destruyeron todo el campamento enemigo, que no había disparado sus flechas creyendo que se trataba de marionetas de paja.

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